DÍA 5. La vuelta.


Lamentablemente todo lo bueno se hace corto y, para nuestros aventureros, tras unos días haciendo de turistas en esas tierras celtas, había llegado el momento de marcharse de Galicia y volver a Castellón. Todavía les quedaban unas horas pero, como se dice en estos casos, todo el pescado estaba vendido.

Las Estrellas tenían vuelo a mediodía desde Santiago a Valencia y, una vez en tierra, recogerían los coches de Manises para volver a Castellón.



Este día tampoco había prisas. Los seis se levantaron e hicieron sus maletas con calma. Sobre las 9.00 bajaron a desayunar y, ya con el estómago lleno, volvieron para ultimar los detalles del equipaje.


Aún faltaba más de una hora para que les recogiera la furgoneta que les llevaría al aeropuerto y ya estaban listos. Bajaron los bultos para que la simpática chica del hotel las guardase en consigna y aprovecharon el tiempo que les quedaba.




Una pequeña vuelta por la parte antigua de Santiago les permitió despedirse de las piedras, soportales y suelos empedrados de la capital de Galicia. La ciudad por la mañana se estaba poniendo en marcha para recibir turistas, peregrinos y autóctonos. Se vestía de gala para dejarse fotografiar, reunía víveres para poder dar de comer y beber y cargaba las pilas para ser amables con la gente y que se llevaran una buena impresión de la población.


A las 11.30 la furgoneta que tenían contratada los recogió en el hotel para llevarlos al aeropuerto de Santiago - Rosalía de Castro. Los cinco pasaron los controles sin problemas, y Marisa, la sexta, tuvo que abrir su maleta para inspección como casi siempre. Ya estaba acostumbrada.


Mientras esperaban, tocó la cervecita de rigor y alguna compra de última hora. Luego a la cola.



Los nuestros tenían tarjeta de embarque con prioridad que les vino muy bien. Realmente medio avión tenía tarjeta de embarque con prioridad. Aun así consiguieron poner sus maletas en los compartimentos superiores sin excesivos problemas.


Alguna del grupo ya estaba concentrada por lo del avión. Hubo algo de suerte, el viaje fue tranquilo hasta casi el final. Ya al despegue, el comandante del avión avisó al pasaje que al final habría fiesta. Hacía mucho calor en Valencia y esto parece que genera turbulencias en el momento de aterrizar. No se equivocó.


Marifé lo pasó un poco mal con esos descensos bruscos que hizo el avión que te dejan el estómago allá arriba mientras tu cuerpo va hacia abajo en caída libre. Por fin las ruedas tocaron tierra y una gran ovación entre nerviosa y agradecida sonó por todo el avión. Estaban a salvo.


Desde que aparca el avión hasta la salida el recorrido es larguiiiiiiisimo. Es como si los dirigentes del aeropuerto obligaran a sus clientes a conocer lo grande y hermosas que son sus instalaciones, dando un paseito cultural desde una punta a la otra del edificio. Un ratito que casi se agradeció para estirar las piernas después de una hora y media de estar sentado en un aparato de Ryan Air.


Mientras caminaban, Gilbert llamó a la furgoneta que les tenía que recoger para llevarlos al garaje de sus coches. La furgoneta se retrasó bastante. Era domingo y había una sola persona que estaba al teléfono, recibía a los que llegaban y recogía a los que salían. Era imposible coordinar todo esto por una sola persona.



En la salida del aeropuerto de Valencia y esperando la furgoneta hacía un calor terrible. En sólo cinco días, los nuestros ya se habían olvidado de esa sartén húmeda que era su tierra en esa época. En un momento todos añoraron Galicia. Eran alrededor de las 15.30 y no paraban de entrar y salir coches de los aparcamientos. Todos menos la furgoneta que tenía que recoger a los nuestros. Al fin, tras una llamada más al chófer y bastantes minutos, la furgoneta llegó y les trasladó al parking.


Con sus maletas en sus coches respectivos, los nuestros volvieron para casa. Guillermo y Sarina aun tuvieron humor de pasarse por Alboraya para comprarse horchata y fartons para merendar. El resto fueron directos. El viaje había acabado.


Para tener una visión de cómo ha ido una aventura lo mejor es dejar pasar unos días y asentar las sensaciones y los recuerdos. En este caso todos coincidieron en que fue un buen viaje. Se hicieron muchas cosas, se comió y se bebió bien, sin demasiados excesos. Buen rollito en general.


Una vez recopiladas todas las vivencias en esta crónica, te das cuenta de la cantidad de experiencias por las que pasaron nuestros héroes, todas juntas en unos pocos días. El secreto es quizá que cada uno de los seis es de una manera y sobre todo, que las Estrellas son de mente abierta y sin malos rollos.


Por supuesto, aventura para repetir, pero en otro lugar, que éste ya lo han visto.



Hasta la próxima.
  


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