Día 1. ¡Aterrizando!
Por fin llegó el día de comienzo de la aventura. A diferencia de otros viajes, esta vez hubo suerte y no tuvieron que madrugar. El avión salía a mediodía y tenían tiempo de sobra. Quedaron a la 9 de la mañana. Desde Benicassim, Gilbert y Mari recogieron con el coche a Kiko y Marisa. Luego pasaron a por Guillermo y Sarina, que con el suyo, siguieron a los primeros hacia Manises. Allí se encontraba el aparcamiento elegido para dejar los vehículos y después trasladar a nuestros pasajeros al aeropuerto. Esa forma de hacer era mucho más barata que dejar los coches en el propio aeropuerto y no suponía una merma excesiva en tiempo.
Como ya hicieron alguna vez anterior, el grupo aprovechó el aparcar en Manises. Hablaron con los del parking, los que les tenían que trasladar al aeropuerto (iba incluido en la tarifa del aparcamiento), para que les dieran margen de tiempo para almorzar por allí cerca. Luego volverían para hacer el traslado. Así les salía más barato y comerían mejor.
Los Estrellas almorzaron cerca del aparcamiento, al lado del mercado. Ese día tocaba mercado ambulante y, como no había prisa (el vuelo salía sobre las 13.15), tras el almuerzo dieron una vuelta para ver los modelitos que se vendían. Creo que alguien picó y compro algo.
Los nuestros buscaron un rincón tranquilo dentro de la zona de pasajeros, allá por el duty free y por las tiendas y bares de la zona de espera . El espanto fue cuando vieron el precio de la cerveza en un barecito. ¡A 4.85 € la lata de 33cl! A ese precio no estaban dispuestos a hidratarse, sobre todo cuando hacía muy poco que ya lo habían hecho en el almuerzo. Pasarían sin beber. Pero poco después se les apareció un ángel y encontraron otro bar donde una lata de 50cl estaba a 3.80 €. Bastante más asequible. Evidentemente se pidieron dos rondas. Les tocaría ir al baño antes de subir al avión. El viaje comenzaba bien.
Marifé estaba en periodo de concentración. A ella los vuelos nunca le han venido bien, como a mucha otra gente, y en esos momentos previos a embarcar se concentraba sin hablar con nadie. Después, ya sentada en el avión se sacaría los sudokus para no pensar en otra cosa.
A primera hora de la tarde, nuestros héroes ya estaban en Santiago de Compostela, dispuestos a comerse el mundo. La temperatura era perfecta. Sol y calorcito pero no como el de Castellón, algo más razonable. Gilbert llamó a la furgoneta que les tenía que recoger y con ella se dirigieron al hotel. En poco tiempo el transporte recorrió los alrededor de 15 km. que separan el aeropuerto de la ciudad de Santiago de Compostela.
El hotel que había encontrado Inma para Santiago estaba muy céntrico. A un minuto de la plaza de Galicia, centro neurálgico de la ciudad y puerta de entrada a la zona turística de Compostela. Era el hotel Nest Style, céntrico y digno. Como fue Inma la que lo reservó, el hotel incluía dormir y desayuno. Todo un acierto. Tres habitaciones dobles con cama de matrimonio. No hubo intercambio de parejas. Cada oveja con la suya. Por un lado Mari y Gilbert, por otro Marisa y Kiko y por otro Sarina y Guillermo.
Para empezar a hacer boca, a las 19.00, nuestros turistas tenían contratado un freetour por el centro de la zona histórica de Santiago. Sin tiempo casi a deshacer las maletas fueron hacia la plaza del Obradoiro. Fueron callejeando por la zona empedrada de la ciudad. Muy bonita. Con los minutos de margen que tenían probaron una terracita turística con cerveza incluida.
El freetour fue interesante. Duró 2 horas y Betty, la guía, explicó con mucha desenvoltura todo lo que hay que saber sobre la plaza, la catedral y sus alrededores. Paradores, ayuntamiento, palacios e iglesias varias, Museos y calles de ocio, como la del Franco, que luego sería asidua de nuestro grupo. Betty explicó muchas anécdotas como la del París Dakar, de cómo se fundó la ciudad, de las fases de construcción de la catedral. Hizo gracia la “mirilla” de los soportales de la rua do Vilar, así como la calle más estrecha de la ciudad.
El lugar había perdido un poco pero seguía teniendo el sabor rural de siempre. Nadie había tocado nada desde hacía muchos años. Casi ni para limpiar. El local no tenía cocina y todo lo que servía era frío y no había café. No daba muchas facilidades. Pero era curioso.
Los nuestros se pidieron quesos, embutidos y chicharrones. El dueño del local estaba especialmente inspirado y les contó cómo se hacían los chicharrones por esa tierra. Estaba orgulloso de poder contar que conocía cuatro maneras de hacer chicharrones en Galicia y 4 más en el resto de España. Estuvo un buen rato dando conversación a nuestro grupo.
Nada más acabar de cenar, todos se fueron a dormir. El hotel estaba muy cerca y quedaban pocas fuerzas. Además, el día siguiente sería largo.





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