Día 4. Santiago de Compostela


Este día al grupo le tocaba quedarse en Santiago de Compostela, harían turismo de ciudad. Ir a pasar unos días a Santiago y no quedarse un día para visitarla sería un pecado de los gordos. Como esta vez no se tenía previsto viajar a conocer sitios, se madrugó menos.

La idea era empaparse de la cultura de la ciudad, de ver sus construcciones y museos, y que alguien les contara cosas.

Después del desayuno, al salir del hotel, Guillermo y Sarina se adelantaron del grupo. Fueron a la plaza del Obradoiro a ver cómo estaba el tema de la entrada al la iglesia y al museo. El día anterior habían intentado reservar las entradas por internet y no habían podido. Estaba lleno.

Willy pilló a una guía (o la guía le pilló a él) que les ofrecía una minigira por el museo de la catedral de Santiago por 20€. Lo bueno de esta propuesta era que la visita finalizaba dentro de la catedral sin hacer colas (kilométricas, por cierto). Directamente se apuntaron y llamaron al resto del equipo para que se dieran prisa porque el momento del incio del evento estaba cerca.



Rápidamente nuestros aventureros se reunieron en la plaza del Obradoiro, centro cultural de la villa. Allí formalizaron la excursión y, con los minutos que les sobraban, fueron a tomar una cerveza. 

En el bar hubo un poco de cachondeo. Los nuestros dijeron que andaban con prisas y al camarero no le sentó muy bien. Cuando fueron a pagar, el mismo camarero hizo algunos comentarios sobre lo que significaban las prisas y cuántos minutos eran las prisas.

Aun con los comentarios sobre las prisas del bar, los nuestros llegaron a tiempo a la visita.

La gira comenzó en el museo de la catedral, siguió por el palacio de Xelmírez y acabó en la propia catedral. La guía explicó todo muy bien y con rapidez. Se comentarion las obras más representativas del museo y los espacios del mismo. Se llegó a un gran claustro, que los nuestros visitaron tanto en la planta baja como en el primer piso.

Kiko y Marisa se acercaron a un par de grandes campanas que descansaban en una esquina del claustro. Kiko quiso saber como sonaba y tocó suavemente la superficie de de bronce y, justo en ese momento sonaron los cuartos del reloj de la catedral. El susto fue bueno.

Desde el claustro se accedió a la catedral sin hacer colas. Allí, la guía explicó las bondades de la misma. Estilo Barroco, bóvedas altísimas. vidrieras grandes para la época, el pórtico de la gloria y demás curiosidades del edificio. Explicó también que muchos pregrinos dormían dentro de la iglesia y por ello era más que necesario higienizar o por lo menos tapar los olores cada cierto tiempo. Es por ello de la utilidad del famoso botafumeiro, que limpiaba las almas pero también hacía más llevadero el ambiente del lugar lleno de cuerpos cansados y sucios tras muchos días de camino. 



La guía dejó al grupo justo cuando iba a comenzar la misa. Nuestros aventureros tuvieron la gran suerte que ese día el botafumeiro se ponía en funcionamiento. Eso era una suerte, no se lo podían perder. El pequeño problema para ver como el aparato echaba humo era que este acto comenzaba tras la misa de 12, con lo que no había más remedio que ser respetuoso y oír misa para verlo.

Los nuestros, muy devotos, oyeron la misa y vieron el botafumeiro. Toda una experiencia. Además la guía había situado a quienes quisieron quedarse en un punto muy bueno para ver y fotografiar el vaivén del gigantesco incensario.


Tras la experiencia en la catedral y como tenían un rato antes de la comida, el grupo fue al mercado de abastos a hacer turismo. Les habían recomendado un sitio determinado. Todo estaba a reventar. Imagina un sábado de verano en un sitio turístico en el mejor sitio para tomar el aperitivo, y además a las 13.30. Petadísimo. Nadie les había reservado un sitio para tomar algo. Los nuestros no tuvieron más remedio que ir a otro lugar. 


Al salir del mercado, las losas desiguales del suelo le jugaron una mala pasada a Sarina. Tropezó, casi cayó y estuvo dolorida un rato. No fue nada para la que pudo haber pasado.


Al final Las Estrellas pudieron tomar una cerveza en el ver Entrerruas, que tenían ilusión de conocer y tomar una tapa. Lo de la tapa fue imposible porque los camareros iban de culo. Aun gracias que les pusieron de beber. Solo cerveza. El bar está escondido entre dos calles muy estrechas, aquella que Betty les enseñó tres días atrás en el free tour inicial cuando llegaron a Santiago. Era la calle más estrecha de la ciudad, seguro. Hubo un poco de envidia porque encima de la barra tenían una gran bandeja con dos o tres grandes pulpos cocidos que no pudieron catar.



Ahora venía un gran momento. Este era el día de comer carne gallega. Desde Castellón, los nuestros se asesoraron para elegir el mejor sitio de Santiago. Los amigos gallegos de Gilbert le habían recomendado el Entrevías, el señor Internet les recomendó A Vaquiña. Y aunque la chica que conocieron en el cabo de Finisterre el día anterior les habló del Don Manuel, los nuestros eligieron A Vaquiña, que era el que tenían reservado previamente. Se hizo la hora y había que ir a comer.

El lugar donde estaba A Vaquiña distaba unos 20 minutos andando desde donde estaban. Gilbert y Kiko fueron andando y el resto cogió un taxi. Sarina estaba bien de su pie pero no había que forzar. Además hacía bastante calor. Los dos grupos, los de a pie y los del taxi, llegaron con poca diferencia de tiempo.

El restaurante A Vaquiña fue todo un descubrimiento. Mientras esperaban, tomaron una cerveza y de tapa les pusieron un cuenco (no pequeño) de fantástica ensaladilla rusa. La cosa pintaba bien.


El sitio era tranquilo y acogedor. Luz no demasiado estridente y local no muy grande. Como en casa. Aquí se trataba de comer carne y de nada más.



La comida consistió en 9 cervezas, 3 botellas de vino, 2 mencía y 1 Luís Cañas. Ensalada de tres tomates, pimientos de padrón, chipirones encebollados, tabla de quesos y dos superbandejas de variado de carne de ternera (alrededor de 1,5kg. cada bandeja). Cada bandeja contenía tres tipos de carne de ternera, croca (se extrae de la cadera), picaña (punta de cadera, muy famoso en Brasil) y costilla (cortada tipo churrasco). No hace falta decir que no sobró nada. Cada uno de nuestros seis comensales se zampó, aparte de los entrantes, alrededor de medio kilo de carne.


La carne estaba buenísima, como todo lo demás. Para poner la guinda a la comida, las Estrellas se pidieron un variado de postres caseros muy bueno. Al final, cafes orujos y rones.


El trato fue fantástico y el lugar perfecto. No se pudo pedir más. Y además, el festival costó 250 € para los seis, que para lo que se comió, fue un regalo.


Ya con estómago lleno y las fuerzas recuperadas se volvió a la plaza del Obradoiro. Ya nadie fue andando por motivos obvios. No es bueno andar en agosto a pleno sol, a medio día y con la barriga llena.


Nuestros héroes carnívoros tomaron dos taxis. Uno de ellos fue al hotel a dejar a los que querían descansar y el otro llevó justo al medio de la plaza del Obradoiro a los más valientes, a los que querían seguir marcha. El taxista del segundo grupo fue muy majo. Muy hablador y muy campechano.


Guillermo, Kiko, Marisa y Sarina fueron los valientes que empalmaron desde la comida. Mientras digerían la carne que se zamparon, volvieron a entrar al museo de por la mañana a acabar de ver lo que se dejaron. Tras esto subieron a la terraza del museo.



Las terrazas de la catedral dan una visión especial al Obradoiro. Era espectaculares, y el calor que hacía también lo era. Casi que este día sería el más caluroso del verano en la ciudad.



Una vez realizadas las visitas que se quedaron en el tintero por la mañana, el grupo de los cuatro valientes tomaron una cervecita para mitigar el sofoco del sol. Luego, con la satisfacción del deber cumplido fueron para el hotel a refrescarse.


A mitad de camino, casualmente se encontraron con Gilbert y Mari que ya habían hecho su siesta y se reenganchaban a la fiesta. Kiko se unió a ellos y los otros tres siguieron para su ducha.


Ahora Gilbert, Mari y Kiko fueron a por cervecitas.


Esa tarde, la última que pasarían en Santiago de Compostela, Kiko quería ir al Gato Negro, tasca emblemática de Santiago que recordaba muy bien de otras ocasiones.


No era muy tarde y por fortuna había algo de sitio en la tasca. Gilbert, Mari y Kiko entraron y les pegó un golpe de calor infernal. El local no está preparado para los calores del verano y no tiene ventilación, con lo que en este día tan caluroso los múltiples ventiladores no daban abasto para bajar los grados que sobraban en el local.



Avisados por los que estaban de fiesta, el resto de Estrellas llegó al Gato Negro a sudar. Aun con los inconvenientes del local, al final se quedaron allí a cenar. Al fondo había aire acondicionado y hacía un poco más de fresco (solo un poco). El menu estaba bastante claro. Como se habían hartado de comer carne, cenaron un buey de mar, almejas, queso, berberechos y mejillones en escabeche. Todo bueno.


Tras la cena, que fue pronto, los nuestros se sentaron en una terracita y se tomaron un Aperol. Había gente que nunca lo había probado. Estaba bueno. Esra sábado noche y el centro de santiago estaba hasta los topes.


Y por fin a dormir, que ya estaba bien por ese día. Había alguno (Kiko había empalmado mañana y tarde) que ya empezaba a decir tonterías y necesitaba urgentemente meterse en la cama.


Al día siguiente tocaba volar.

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