DÍA 3. Rias Altas
A nuestros seis aventureros les sonó pronto el despertador. Estaban de viaje y no era cuestión de perder el tiempo durmiendo. Tras el aseo matutino, todos bajaron a desayunar. El bufet del hotel estaba bien surtido y cada uno de nuestras Estrellas comió lo que quiso y en cantidad. El día se presentaba movidito y no sabían si almorzarían, ni si la comida sería abundante. Por lo menos, se aseguraban de salir a la aventura con la barriga llena.
Cuando ya estaban preparados, un pequeño paseo les llevó desde el hotel al parking donde tenían el coche esperándolos y se dispusieron a salir de Santiago. A Marifé le tocó volver a encogerse las piernas y sentarse en los últimos asientos del skoda.
La ruta del día discurriría por las Rías Altas. Había una aproximación en coche de más o menos una hora y después varias paradas donde nuestras Estrellas disfrutarían de vistas, gastronomía y quizá algo de cultura para conocer un poco la zona.
La primera parada fue en el mirador de Louredo. Justo se acababa la Galicia interior y de repente apareció el mar allá abajo delante del coche de nuestros turistas. Estas vistas merecían unos minutos de parada para absorber todo lo que había alrededor. Unos bancos estaban dispuestos para sentarse y una serie de árboles secos pintados y plantados al azar por toda la explanada que conformaba el mirador. Resulta que estos árboles eran la exposición “Segunda Pel”, de Nando Lestón, formada por un conjunto de árboles quemados del cercano monte Pindo, pintados y decorados con el fin de darles una segunda vida.
La siguiente parada fue en el pueblo de Carnota. Este destino había elegido adrede para ver el hórreo más largo de Galicia. Mirando en internet, él hórreo “es una obra barroca del siglo XVIII, de 34,74 m de largo y 1,90 m de ancho”. Este hórreo forma parte de un complejo monumental formado por el propio hórreo, por la iglesia de Santa Comba de Carnota y por el cementerio de la propia Carnota.
Después de la visita cultural, el grupo disfrutó de un refrigerio en un bar cercano. En la tele estaban emitiendo las olimpiadas. Eran pruebas de escalada. Nadie había visto nunca como iban cayendo los escaladores y las puntuaciones por tiempos y demás. Original. Ahí estuvieron los nuestros sufriendo un ratito con los deportistas hasta que retomaron su camino..
Ahora todos al coche y a continuar con la ruta. El grupo fue siguiendo la costa hacia el norte, cruzando los pueblos de Pedramarrada, Pedrafigueira, Vilar de Parada, Caldebarcos, Panchés, A Curra, Quilmas y O Pindo.
Un puente sobre el río Ézaro les guío para tomar un desvío a la derecha y remontar el río unos cientos de metros. Allí había un importante aparcamiento y los nuestros tuvieron suerte. En un pispás encontraron aparcamiento. Luego, tras un pequeño paseo, se visitó la cascada de Ézaro, un salto de agua de 40 metros que hace el río Ézaro casi en su desembocadura. Todo un espectáculo. Han hecho unas pasarelas para que la gente se acerque, y nuestras estrellas fueron a hacerse fotos con la cascada al fondo. Como en todos los sitios, turistas y turistas llenaban los espacios y ocupaban los mejores sitios para sacarse la foto. En algunos casos, nuestras Estrellas tuvieron que hacer algo de cola para posar delante del salto de agua.
Una vez vista la cascada, el recorrido turístico llegaba a su “momento estrella”. La siguiente parada era el cabo de Finisterre. Emblemático fin del mundo que, hasta no hace mucho (500 y pico años), se consideraba que más allá ya no había nada más. Los seis aventureros subieron al coche y Guillermo, que se había instaurado como conductor oficial del grupo, condujo guiado por Sarina y Kiko hasta el pueblo de Fisterra.
El vehículo pasó el pueblo y tomó una carreterita que llegaba al fin de la tierra. Algunos peregrinos andaban por un caminillo al lado de la carretera. Esta roca que se adentra en el mar es el fin del Camino para muchos peregrinos que quieren tirar sus botas o quemar sus ropas cuando llegan a la culminación de su aventura.
El cabo de Finisterre desde siempre ha sido muy fascinante para el ser humano. Husmeando en internet se descubren cosas interesantes. Hay restos de un altar celta para, imaginamos, hacer ritos en honor al sol. Décimo Junio Bruto, un general romano de hace más de 2.000 años, dirigió la conquista de esos territorios de Galicia y no quiso regresar triunfante a Roma hasta haber visto con sus propios ojos cómo el sol se hundía en el mar de Finisterre mientras del agua brotaban llamaradas de fuego. Hoy en día, este peñasco es el lugar más visitado de Galicia después de Santiago de Compostela, por eso nuestras Estrellas no tuvieron más remedio que hacer una parada en su aventura para sentir la energía de este sitio especial.
Entre los pocos edificios que hay en el cabo Finisterre hay hay un pequeño hotel de muy buena fama tanto para comer como para dormir, imaginamos que las vistas tendrán algo que ver en esto. También tenemos, al lado del hotel, el faro en sí, un barecito con terraza y, por supuesto, una gran tienda de recuerdos con baños incluidos.
Ese día, como imaginamos que tantos otros, había mucha gente. Era difícil hacer una foto sin pillar a alguien no deseado. Aun así, los nuestros se hicieron multitud de fotografías, con el faro, con el mar, que estaba en calma, con las rocas, con el cielo, entre todos, de uno en uno y en parejas. También hubo fotos en el sitio donde los peregrinos tiran las botas o queman sus ropas. Está dicho que no lo hagan porque, como son tantos, parece que contaminan el paisaje. Estoy seguro que todas las noches quitan todo lo que se dejan los peregrinos porque los nuestros no vieron nada.
Hacía mucho viento. Claro, tan en medio del mar no había montaña que lo parara, aunque el mar estaba en calma. El sol picaba mucho pero, con el simulacro de vendaval, se soportaba bastante bien.
Tras un ratito de fotos, los nuestros acabaron en la pequeña terracita del bar. Era tan pequeña que no cabían más de 10 personas pero nuestros seis aventureros se amoldaron al lugar. Lo que son las casualidades que allí conocieron a un chico de Castellón que tomaba una cerveza con su hija y una chica de Santiago. El encuentro estuvo relacionado con la cerveza en sí. Los nuestros supieron que el chico era de Castellón porque dijo que la cerveza que más le gustaba era la Damm, y después la Mahou. Y la que menos era la Cruzcampo. Esta combinación de gustos y disgustos cerveceros se da, entre otros pocos lugares, en Castellón. Y acertaron. Además, para continuar con las casualidades, la chica era representante de Estrella Galicia en Santiago de Compostela. Ella explicó cosas como que las botellas que tienen código de barras son las que se venden en supermercados y grandes superficies y no por distribuidores. Así que, en los bares, las etiquetas de los botellines no deben llevar códigos de barras.
La chica también recomendó dos sitios para comer en Santiago, Si se quería comer carne, el sitio era el restaurante Don Manuel y si lo que se pretendía era comer pulpo, entonces el lugar al que ir sería el Mesón del Pulpo. Ambos dos con muy buena relación calidad-precio. Si esto lo dijo una chica del terreno, debía de ser cierto.
Una vez visitado el cabo, el coche deshizo unos kilómetros de camino para llegar al pueblo de Finsterre a comer. Tenían mesa reservada en el Restaurante el Pirata, cuyo nombre descubrirían que estaba muy buen puesto.
Como siempre, nuestros aventureros andaban justos de tiempo. Tenían la reserva a las 14.30 y, mientras Guillermo buscaba aparcamiento, que no era fácil, Kiko y Gilbert corrieron hacia el restaurante para decir que ya estaban y que no se les colara nadie.
Cuando llegó la avanzadilla, ésta se encontró con que el local estaba petado y los camareros iban desesperados. Les dijeron lo de la reserva y como si cantaran misa. Que todos tranquilos, que sin comer no se quedarían. Los nuestros dudaban pero, a la hora en la que estaban, no había más remedio que confiar en los piratas y esperar.
Al lado del restaurante el Pirata, justo al otro lado de una callecita, estaba el restaurante (o bar) el Galeón. En él había otra buena colección de piezas. Allí estaba lo mejor de cada casa. Si vienen un día los americanos a rodar una película de la serie de Los Piratas del Caribe, los contratarían a todos de extras. Al dueño le faltaban un par de dientes y seguro que se lavaba el pelo con agua de mar. Había varias personas con peinados de crestas. Cadenas y vestidos entre desastres y punkis. Y hasta un loro. La escena daba algo de respeto. Era como cuando en el Caribe, un barco pirata estaba a punto de asaltar una goleta española. Todos los bucaneros estaban en la borda mirando a los pobres marineros acojonados. Los bucaneros eran los del bar y los de la goleta eran los clientes del restaurante. Este abordaje no se consumó. La cantidad de Mahous que llevaban los malos en el cuerpo les impedía coordinar el ataque. Seguro que el camión de la Mahou pasaría por allí todos los días a reponer.
Por fin, tras un ratito de espera con una cerveza y plantados en medio de la calle, casi entre los bucaneros y el restaurante, el pirata Fran hizo caso a los nuestros y montó una mesa en una pequeña terraza, que seguro que no era suya, a pleno sol. La terraza era tan pequeña que los nuestros cabían justitos justitos. Fran puso una sombrilla que a duras penas cubría a todos. Menos mal que el sol iba a su favor porque en un cuarto de hora un edificio se apiadó de los nuestros y fue dando sombra a la mesa pirata.
El que se encargó de atender nuestra mesa fue Román, el grumete. Realmente era un enfermero a quien las circunstancias le habían llevado a enrolarse en el negocio de Fran. Supersimpático, ayudó a que nuestros turistas tuvieran una buena comida.
Como era de esperar, el restaurante el Pirata estaba casi vacío de víveres. Los comensales anteriores se lo habían zampado casi todo. Aun así, Fran tenía muchas tablas y se arregló perfectamente Comieron percebes, cabracho muy bueno, navajas, mejillones y bebieron albariño, bastante albariño. Realmente comieron y bebieron lo que el dueño les quiso dar.
Los percebes era plato imprescindible porque había gente en el grupo que no los había probado. Estaban muy buenos. Quizá un pelo salados, pero ya sabemos que el mar es así, salado.
Los nuestros quedaron francamente satisfechos con la comida. Aun con los problemas iniciales, ir a comer al restaurante el Pirata fue todo un acierto. Una vez comidos, para seguir con la ruta turística la idea era ir a Muxía o a Vimianzo, el pueblo de Adriana, la niña que conocieron en día anterior y que les había recomendado ir a su pueblo. Al final, la cosa no pudo ser. El impacto de los piratas y los del Galeón fue grande. Entre que era tarde y que el albariño de la comida dejó a los nuestros con ganas de descanso, no hubo más remedio de dar como finalizada la excursión del día y nuestros aventureros volvieron para Santiago.
Tras una hora y pico de viaje, las Estrellas devolvieron en coche en un parking que ya tenían pactado con la casa de alquiler. Ya no necesitarían el vehículo durante el resto del viaje. Desde el garaje fueron andando para el hotel, que estaba muy cerca, para darse una ducha y salir. Los viajes duran poco tiempo y hay que aprovechar todos los minutos. No se podían perder nada.
Tras un ligero descanso (muy corto), todos fueron a conocer a un par de hermanos, compañeros de trabajo de Gilbert que vivían en Galicia. Hubo una pequeña confusión por el lugar que les indicaron. La Rua da Rosa y la praza Roxa se llaman parecido, sobre todo para los no gallegohablantes. Quedaron en un sitio pero fueron al otro. Tanto Gilbert, que fue antes, como el resto, se descentraron un poco y tuvieron que ser ayudados. Los amigos Gilbert eran muy majetes. Tomaron un par de cervezas y charlaron un rato.
Una vez se despidieron de los ya amigos gallegos y para no perder la costumbre, a la caída de la tarde los nuestros se dirigieron, como siempre, hacia el casco antiguo y pegaron la vueltecita de rigor. Tomaron alguna cerveza (creo que donde siempre) y buscaron sitio para cenar. Estaba todo lleno. Era viernes noche y se notaba. Al final encontraron sitio en el Bar Orense, bar humilde de estudiantes pero con mucho sabor. Anchoas, embutidos, queso y muchas cervezas, todo por 50 € para los 6. Muy barato. El bar era de los de toda la vida. Este tipo de establecimiento hay que cuidarlos y evitar que se pierdan.
Una vez cenados, de los 6 del grupo, 4 se fueron para el hotel y Gilbert y Mari alargaron un poco para tomar una copa y conocer más Santiago la nuit. Gilbert quería encontrar el pub de dos puertas que fue el inicio de una aventura de los Rayitos cuando años atrás estuvieron en la ciudad al acabar el camino de Santiago.
Había cierto cansancio en el grupo. El día había sido muy largo y al día siguiente había que mantener el tipo.



















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